para BURROS

"Saber más, es ser más libres"

Nombre:
Lugar: Lima, Peru

sábado, 16 de agosto de 2008

CRÓNICA: LOS ÁNGELES DE LA NOCHE

POR ENRIQUE DE LACRUZ
Hace horas que la noche se apoderó de la ciudad. Es hora en que la gente transita más de prisa que en cualquier hora del día, hora en que los amigos de lo ajeno salen a buscar a sus incautas víctimas, hora en que las obreras del sexo se apoderan de ciertos lugares de la ciudad a la espera del requerimiento, de sexo al paso, de algún parroquiano ávido y lascivo. Hora en que, por no citar otra, la antigua avenida Alfonso Ugarte se congestiona de vehículos. Hora en que para muchos ha terminado la jornada dia ria y aglutinan los paraderos para llegar pronto a casa. En fin, es hora para muchas cosas, pero no es hora aún para inocentes criaturas que transitan en medio de bocinazos, griterío de cobradores y pitazos de policías.
Al fin la luz verde da el aviso para que los vehículos sigan su marcha por la avenida de doble carril, pero el tránsito que sigue por la avenida Bolivia se detiene. Es hora de trabajar. Del contorno de la pista sale presuroso una pequeña silueta con una bolsa de thoffys en mano que se escabulle entre los faros rojizos de los autos. Tiene exactamente tres minutos para convencer a choferes indiferentes, a través de las ventanillas a medio abrir, a que le compren algunos caramelos. Se terminó el tiempo, sólo treinta centavos, suenan los bocinas, Carlos Mallqui de nueve años, tendrá que volver a insistir en la siguiente señal del semáforo. Viste aún el uniforme desteñido del colegio “Héroes del Cenepa”, y sobre sus hombros cuelga una mochila con sus útiles escolares. Su versión es que trabaja desde que sale del colegio hasta aproximadamente doce de la media noche, hora en que el último ómnibus lo llevará hasta el A. H. Cruz de Motupe en San Juan de Lurigancho.
Nuevamente se detiene el tránsito, esta vez, en la avenida principal, cruzan los peatones y yo con ellos, pero eso sí, sin estropear el trabajo de un grupo de malabaristas que se apoderan de la franja blanca trazadas en la capa negra de la pista para realizar algunas piruetas peligrosas, con el único afán de recibir algunas moneditas. “El mayor de ellos tiene 14 años”, afirma Juan Ricse, quien a esa hora sigue ofreciendo emoliente. La semana pasada tuvieron que socorrer al más pequeño, se había luxado el tobillo, pero ahora ahí estaba, dando lo mejor de sí.
Frente a la Comisaría de Alfonso Ugarte, alrededor del histórico colegio Nuestra Señora de Guadalupe, Rosa López, camina de un lado a otro de la cuadra como un animal enjaulado, dice tener doce años, pero su figura delgada parece la de una niña de diez. “Se expone a muchos peligros”, comenta, Rodolfo Bejarano, el teniente que vigila la puerta de la comisaría. La pequeña, de rasgos andinos, lleva una caja de golosinas, con una tira sujeta al cuello y ofrece sus productos a todo aquel que pase por aquel lugar. “A mí no me pasa nada, yo sé cuidarme”, refuta aduciendo además que su madre trabaja del mismo modo al otro lado del colegio.
A una cuadra más arriba, en la puerta de la discoteca “Calle 8”, otra menor sigue la misma suerte del resto, tiene que trabajar, y al parecer su historia es como la de muchos niños que se movilizan confundidos en esta peligrosa ciudad, sorteando los peligros inminentes de la noche, con el único fin de cumplir con su trabajo a pesar que este invierno cala sus huesos y la indiferencia les pone zancadillas.

domingo, 10 de agosto de 2008

OPINION: El mejor oficio del mundo

Palabras pronunciadas por el periodista y escritor colombiano Gabriel García Márquez, Premio Nobel de Literatura y presidente de la Fundación para un Nuevo Periodismo Iberoamericano, ante la 52a. asamblea de la Sociedad Interamericana de Prensa, SIP, en Los Angeles, U.S.A., octubre 7 de 1996.
A una universidad colombiana se le preguntó cuáles son las pruebas de aptitud y vocación que se hacen a quienes desean estudiar periodismo y la respuesta fue terminante: “los periodistas no son artistas”. Estas reflexiones, por el contrario, se fundan precisamente en la certidumbre de que el periodismo escrito es un género literario.
Hace unos 50 no estaban de moda las Escuelas de Periodismo. Se aprendía en las salas de redacción, en los talleres de imprenta, en el cafetín de enfrente, en las parrandas de los viernes. Todo el periódico era una fábrica que formaba e informaba sin equívocos, y generaba opinión dentro de un ambiente de participación que mantenía la moral en su puesto, pues los periodistas andábamos siempre juntos, hacíamos vida común, y éramos tan fanáticos del oficio que no hablábamos de nada distinto que del oficio mismo. El trabajo llevaba consigo una amistad de grupo que inclusive dejaba poco margen para la vida privada. No existían las juntas de redacción institucionales, pero a las cinco de la tarde, sin convocatoria oficial, todo el personal de planta hacía una pausa de respiro en las tensiones del día y confluía a tomar el café en cualquier lugar de la redacción. Era una tertulia abierta donde se discutían en caliente los temas de cada sección y se le daban los toques finales a la edición de mañana. Los que no aprendían en aquellas cátedras ambulatorias y apasionadas de 24 horas diarias, o los que se aburrían de tanto hablar de lo mismo, era porque querían o creían ser periodistas, pero en realidad no lo eran.
El periódico cabía entonces en tres grandes secciones: noticias, crónicas y reportajes, y notas editoriales. La sección más delicada y de gran prestigio era la editorial. El cargo más desvalido era el de reportero, que tenía al mismo tiempo la connotación de aprendiz y cargaladrillos. El tiempo y el mismo oficio han demostrado que el sistema nervioso del periodismo circula en realidad en sentido contrario. Doy fe: a los 19 años -siendo el peor estudiante de Derecho- empecé mi carrera como redactor de notas editoriales y fui subiendo, poco a poco y con mucho trabajo, por las escaleras de las diferentes secciones, hasta el máximo nivel de reportero raso.
La misma práctica del oficio imponía la necesidad de formarse una base cultural, y el mismo ambiente de trabajo se encargaba de fomentarla. La lectura era una adicción laboral. Los autodidactas suelen ser ávidos y rápidos, y los de aquellos tiempos lo fuimos de sobra para seguir abriéndole paso en la vida al mejor oficio del mundo, como nosotros mismos lo llamábamos. Alberto Lleras Camargo, que fue periodista siempre y dos veces presidente de Colombia, no era ni siquiera bachiller.
La creación posterior de las Escuelas de Periodismo fue una reacción escolástica contra el hecho cumplido que el oficio carecía de respaldo académico. Ahora ya no son solo para la prensa escrita sino para todos los medios inventados y por inventar. Pero en su expansión se llevaron de calle hasta el nombre humilde que tuvo el oficio desde sus orígenes en el siglo XV, y ahora no se llama periodismo sino ciencias de la comunicación o comunicación social. El resultado, en general, no es alentador. Los muchachos que salen ilusionados de las academias, con la vida por delante, parecen desvinculados de la realidad y de sus problemas vitales, y prima un afán de protagonismo sobre la vocación y las aptitudes congénitas. Y en especial sobre las dos condiciones más importantes: la creatividad y la práctica.
La mayoría de los graduados llega con deficiencias flagrantes, tiene graves problemas de gramática y ortografía y dificultades para una comprensión reflexiva de textos. Algunos se precian de que pueden leer al revés un documento secreto sobre el escritorio de un ministro, de grabar diálogos casuales sin prevenir al interlocutor, o de usar como noticia una conversación convenida de antemano como confidencial. Lo más grave es que estos atentados éticos obedecen a una noción intrépida del oficio, asumida a conciencia y fundada con orgullo en la sacralización de la primicia a cualquier precio y por encima de todo. No los conmueve el fundamento de que la mejor noticia no es siempre la que se da primero, sino muchas veces la que se da mejor. Algunos, conscientes de sus deficiencias, se sienten defraudados por la escuela y no les tiembla la voz para culpar a sus maestros de no haberles inculcado las virtudes que ahora les reclaman, y en especial la curiosidad por la vida.
Es cierto que estas críticas valen para la educación general, pervertida por la masificación de escuelas que siguen la línea viciada de lo informativo en vez de lo formativo. Pero en el caso específico del periodismo parece ser, además, que el oficio no logró evolucionar a la misma velocidad que sus instrumentos, y los periodistas se extraviaron en el laberinto de una tecnología disparada sin control hacia el futuro. Es decir, las empresas se han empeñado a fondo en la competencia feroz de la modernización material y han dejado para después la formación de su infantería y los mecanismos de participación que fortalecían el espíritu profesional en el pasado.
Las salas de redacción son laboratorios asépticos para navegantes solitarios, donde parece más fácil comunicarse con los fenómenos siderales que con el corazón de los lectores. La deshumanización es galopante. No es fácil entender que el esplendor tecnológico y el vértigo de las comunicaciones, que tanto deseábamos en nuestros tiempos, hayan servido para anticipar y agravar la agonía cotidiana de la hora del cierre. Los principiantes se quejan de que los editores les conceden tres horas para una tarea que, en el momento de la verdad, es imposible en menos de seis, que les ordenan material para dos columnas y a la hora de la verdad solo les asignan media, y en el pánico del cierre nadie tiene tiempo ni humor para explicarles por qué, y menos para darles una palabra de consuelo. “Ni siquiera nos regañan”, dice un reportero novato ansioso de comunicación directa con sus jefes. Nada: el editor que antes era un papá sabio y compasivo, apenas si tiene fuerzas y tiempo para sobrevivir él mismo a las galeras de la tecnología.
Creo que es la prisa y la restricción del espacio lo que ha minimizado el reportaje, que siempre tuvimos como el género estrella, pero que es también el que requiere más tiempo, más investigación, más reflexión, y un dominio certero del arte de escribir. Es, en realidad, la reconstitución minuciosa y verídica del hecho. Es decir: la noticia completa, tal como sucedió en la realidad, para que el lector la conozca como si hubiera estado en el lugar de los hechos.Antes que se inventaran el teletipo y el télex, un operador de radio con vocación de mártir capturaba al vuelo las noticias del mundo entre silbidos siderales, y un redactor erudito las elaboraba completas con pormenores y antecedentes, como se reconstruye el esqueleto entero de un dinosaurio a partir de una vértebra. Solo la interpretación estaba vedada, porque era un dominio sagrado del director, cuyos editoriales se presumían escritos por él, aunque no lo fueran, y casi siempre con caligrafías célebres por lo enmarañadas. Directores históricos tenían linotipistas personales para descifrarlas.
Un avance importante en este medio siglo es que ahora se comenta y se opina en la noticia y en el reportaje, y se enriquece el editorial con datos informativos. Sin embargo, los resultados no parecen ser los mejores, pues nunca como ahora ha sido tan peligroso este oficio. El empleo desaforado de comillas en declaraciones falsas o ciertas permite equívocos inocentes o deliberados, manipulaciones malignas y tergiversaciones venenosas que le dan a la noticia la magnitud de un arma mortal. Las citas de fuentes que merecen entero crédito, de personas generalmente bien informadas o de altos funcionarios que pidieron no revelar su nombre, o de observadores que todo lo saben y que nadie ve, amparan toda clase de agravios impunes. Pero el culpable se atrinchera en su derecho de no revelar la fuente, sin preguntarse si él mismo no es un instrumento fácil de esa fuente que le transmitió la información como quiso y arreglada como más le convino. Yo creo que sí: el mal periodista piensa que su fuente es su vida misma -sobre todo si es oficial- y por eso la sacraliza, la consiente, la protege, y termina por establecer con ella una peligrosa relación de complicidad, que lo lleva inclusive a menospreciar la decencia de la segunda fuente.
Aun a riesgo de ser demasiado anecdótico, creo que hay otro gran culpable en este drama: la grabadora. Antes de que ésta se inventara, el oficio se hacía bien con tres recursos de trabajo que en realidad eran uno solo: la libreta de notas, una ética a toda prueba, y un par de oídos que los reporteros usábamos todavía para oír lo que nos decían. El manejo profesional y ético de la grabadora está por inventar. Alguien tendría que enseñarles a los colegas jóvenes que el casete no es un sustituto de la memoria, sino una evolución de la humilde libreta de apuntes que tan buenos servicios prestó en los orígenes del oficio. La grabadora oye pero no escucha, repite -como un loro digital- pero no piensa, es fiel pero no tiene corazón, y a fin de cuentas su versión literal no será tan confiable como la de quien pone atención a las palabras vivas del interlocutor, las valora con su inteligencia y las califica con su moral. Para la radio tiene la enorme ventaja de la literalidad y la inmediatez, pero muchos entrevistadores no escuchan las respuestas por pensar en la pregunta siguiente.
La grabadora es la culpable de la magnificación viciosa de la entrevista. La radio y la televisión, por su naturaleza misma, la convirtieron en el género supremo, pero también la prensa escrita parece compartir la idea equivocada de que la voz de la verdad no es tanto la del periodista que vio, como la del entrevistado que declaró. Para muchos redactores de periódicos la trascripción es la prueba de fuego: confunden el sonido de las palabras, tropiezan con la semántica, naufragan en la ortografía y mueren por el infarto de la sintaxis. Tal vez la solución sea que se vuelva a la pobre libretita de notas, para que el periodista vaya editando con su inteligencia a medida que escucha, y le deje a la grabadora su verdadera categoría de testigo invaluable. De todos modos, es un consuelo suponer que muchas de las transgresiones éticas, y otras tantas que envilecen y avergüenzan al periodismo de hoy, no son siempre por inmoralidad, sino también por falta de dominio profesional.
Tal vez el infortunio de las facultades de Comunicación Social es que enseñan muchas cosas útiles para el oficio, pero muy poco del oficio mismo. Claro que deben persistir en sus programas humanísticos, aunque menos ambiciosos y perentorios, para contribuir a la base cultural que los alumnos no llevan del bachillerato. Pero toda la formación debe estar sustentada en tres pilares maestros: la prioridad de las aptitudes y las vocaciones, la certidumbre de que la investigación no es una especialidad del oficio sino que todo el periodismo debe ser investigativo por definición, y la conciencia de que la ética no es una condición ocasional, sino que debe acompañar siempre al periodismo como el zumbido al moscardón.
El objetivo final debería ser el retorno al sistema primario de enseñanza mediante talleres prácticos en pequeños grupos, con un aprovechamiento crítico de las experiencias históricas, y en su marco original de servicio público. Es decir: rescatar para el aprendizaje el espíritu de la tertulia de las cinco de la tarde.
Un grupo de periodistas independientes estamos tratando de hacerlo para toda la América Latina desde Cartagena de Indias, con un sistema de talleres experimentales e itinerantes que lleva el nombre nada modesto de Fundación para un Nuevo Periodismo Iberoamericano. Es una experiencia piloto con periodistas nuevos para trabajar sobre una especialidad específica -reportaje, edición, entrevistas de radio y televisión, y tantas otras- bajo la dirección de un veterano del oficio.
En respuesta a una convocatoria pública de la fundación, los candidatos son propuestos por el medio en que trabajan, el cual corre con los gastos del viaje, la estancia y la matrícula. Deben ser menores de treinta años, tener una experiencia mínima de tres, y acreditar su aptitud y el grado de dominio de su especialidad con muestras de las que ellos mismos consideren sus mejores y sus peores obras.
La duración de cada taller depende de la disponibilidad del maestro invitado -que escasas veces puede ser de más de una semana-, y éste no pretende ilustrar a sus talleristas con dogmas teóricos y prejuicios académicos, sino foguearlos en mesa redonda con ejercicios prácticos, para tratar de transmitirles sus experiencias en la carpintería del oficio. Pues el propósito no es enseñar a ser periodistas, sino mejorar con la práctica a los que ya lo son. No se hacen exámenes ni evaluaciones finales, ni se expiden diplomas ni certificados de ninguna clase: la vida se encargará de decidir quién sirve y quién no sirve.
Trescientos veinte periodistas jóvenes de 11 países han participado en 27 talleres en sólo año y medio de vida de la fundación, conducidos por veteranos de 10 nacionalidades. Los inauguró Alma Guillermoprieto con dos talleres de crónica y reportaje. Terry Anderson dirigió otro sobre información en situaciones de peligro, con la colaboración de un general de las fuerzas armadas que señaló muy bien los límites entre el heroísmo y el suicidio. Tomas Eloy Martínez, nuestro cómplice más fiel y encarnizado, hizo un taller de edición y más tarde otro de periodismo en tiempos de crisis. Phil Bennet hizo el suyo sobre las tendencias de la prensa en los Estados Unidos y Stephen Ferry lo hizo sobre fotografía. El magnifico Horacio Bervitsky y el acucioso Tim Golden exploraron distintas áreas del periodismo investigativo, y el español Miguel Ángel Bastenier dirigió un seminario de periodismo internacional y fascinó a sus talleristas con un análisis crítico y brillante de la prensa europea.
Uno de gerentes frente a redactores tuvo resultados muy positivos, y soñamos con convocar el año entrante un intercambio masivo de experiencias en ediciones dominicales entre editores de medio mundo. Yo mismo he incurrido varias veces en la tentación de convencer a los talleristas de que un reportaje magistral puede ennoblecer a la prensa con los gérmenes diáfanos de la poesía.Los beneficios cosechados hasta ahora no son fáciles de evaluar desde un punto de vista pedagógico, pero consideramos como síntomas alentadores el entusiasmo creciente de los talleristas, que son ya un fermento multiplicador del inconformismo y la subversión creativa dentro de sus medios, compartido en muchos casos por sus directivas. El solo hecho de lograr que 20 periodistas de distintos países se reúnan a conversar cinco días sobre el oficio ya es un logro para ellos y para el periodismo. Pues al fin y al cabo no estamos proponiendo un nuevo modo de enseñarlo, sino tratando de inventar otra vez el viejo modo de aprenderlo.
Los medios harían bien en apoyar esta operación de rescate. Ya sea en sus salas de redacción, o con escenarios construidos a propósito, como los simuladores aéreos que reproducen todos los incidentes del vuelo para que los estudiantes aprendan a sortear los desastres antes que se los encuentren de verdad atravesados en la vida.Pues el periodismo es una pasión insaciable que sólo puede digerirse y humanizarse por su confrontación descarnada con la realidad.
Nadie que no la haya padecido puede imaginarse esa servidumbre que se alimenta de las imprevisiones de la vida. Nadie que no lo haya vivido puede concebir siquiera lo que es el pálpito sobrenatural de la noticia, el orgasmo de la primicia, la demolición moral del fracaso. Nadie que no haya nacido para eso y esté dispuesto a vivir solo para eso podría persistir en un oficio tan incomprensible y voraz, cuya obra se acaba después de cada noticia, como si fuera para siempre, pero que no concede un instante de paz mientras no vuelve a empezar con más ardor que nunca en el minuto siguiente.

OPINIÓN: ¿Quién defiende la gratuidad de la enseñanza?

POR ENRIQUE DE LA CRUZ
No hay duda que el proyecto presentado por una de las legisladoras más acérrimas del fujimorismo, Martha Hildebrantd, que las universidades públicas cobren a los alumnos el 50% de lo que pagaban en el colegio privado, ha levantado tanta polvadera como un tornado en el norte de EE.UU.
Así como nos preocupa la mala educación implantada en el Perú desde hace años por gobiernos que nunca han hecho nada para alcanzar los niveles que los organismos internacionales señalan, y que nos ubica entre los últimos países en cuanto educación se refiere, así nos preocupa este irracional proyecto que se ha venido cocinando sobre la base de un pensamiento elitista.
A pesar de que para algunos esta propuesta esta enmarcada dentro de la constitución, articulo 17, en donde señala claramente que la educación gratuita es para los alumnos que tengan rendimiento académico satisfactorio, y no cuentan con recursos para ello. Es entendible esto, ya que la obligación del Estado es garantizar al que no tiene recursos, tener igualdad de oportunidades a través de la educación, y claro, esto implica en el estudiante, un rendimiento y esfuerzo mínimo para ser ayudado.
Para todos es claro que este proyecto no solo cumple lo señalado por la Carta Magna, sino que esta nueva norma podría alterar el orden en los claustros universitarios, debido a que la gratuidad de la enseñanza es un derecho constitucional sin excepciones. A todas luces esta propuesta es discriminatoria y arbitraria, atentando contra los alumnos por el simple hecho de haber estudiado en un colegio particular, además el cobro de pensiones a estos los alumnos no solucionará el problema de financiamiento de las universidades.
Hay que tener claro que la gratuidad de la educación pública es un derecho adquirido de los jóvenes por lo que dicha iniciativa legislativa está fuera de la realidad. Eliminar este derecho sólo conseguirá enardecer los ánimos de los jóvenes universitarios en las 35 universidades nacionales existentes en el país, cuando lo que se quiere en este período de desarrollo económico sostenido es estabilidad política y paz social
Atentar contra la gratuidad de la educación pública, cuando actualmente registramos un bajísimo nivel universitario pese a contar con 1,183 escuelas profesionales y 520 mil universitarios y una sobreoferta de profesionales que no se adecua a la demanda laboral, es ir en contra del orden social y democrático.
La problemática de la universidad pública no debe ser abordada en forma parcial sino enmarcada dentro de una propuesta de Reforma Universitaria Integral, consideramos, que en vez de priorizar un proyecto que va a ser rechazado por la mayoría de los estudiantes, debe preocuparse por debatir y aprobar la Nueva Ley Universitaria que tanto reclama el país.

REPORTAJE: Universidad Federico Villarreal sitiada


Con seguridad las ha visto si alguna vez ha pasado por la avenida La Colmena y más aún sí se ha dirigido a la Universidad Federico Villarreal. Ellas están ahí, a la luz del día, y se multiplican al llegar la noche junto a los nights club y los locales “a sol la barra”. ¿Desde cuándo tomaron las calles? ¿Alguien acaso se preocupa por esta negativa situación social?

POR ENRIQUE DE LA CRUZ

Pese a ser considerada desde 1991 como Patrimonio Cultural de la Humanidad y estar ubicada en el Centro Histórico de Lima, la avenida Nicolás de Pierola, conocida también como La Colmena es una arteria que alberga entre sus calles al histórico Hotel Bolívar y a la Universidad Nacional Federico Villarreal.
Si bien es cierto que esta excéntrica avenida es conocida por sus pecados nocturnos, es aún más conocida por que en sus primeras cuadras se encuentra el local central de la Universidad Federico Villarreal en el mismo local donde antiguamente se ubicaba el Colegio Inmaculada. Qué una Universidad se encuentra ahí ya es algo paradójico.
Quién ha transitado por la cuadra tres y cuatro de La Colmena, seguramente alguna vez habrá visto a vistosas mujeres con prendas diminutas paradas en un rincón o esquina de la cuadra, o talvez se habrá topada con sujetos totalmente exagerados, que no son mas que travestís y homosexuales que aglomeran los alrededores.
De día las cuadras aledañas a la Universidad se ven concurridas y agitadas en su mayoría por estudiantes y empleados que llegan presurosos a esa casa de estudios, en medio de bocinazos, griterío de cobradores y comerciantes. De noche el panorama cambia abruptamente y se llenan de otros personajes (travestís y meretrices) que, con atrevimiento y lujuria, se colocan estratégicamente a la espera de algún nostálgico cliente, a esto se suma los nights club que abren sus puertas a esas horas hasta los primeros bríos del día siguiente.
“Este lugar se ha vuelto en una zona rosa, que atrae a delincuentes y vendedores de droga”, dice Julio Casas, estudiante. Pues es evidente, vasta con dar la media vuelta para darse cuenta que la Universidad Federico Villarreal, se encuentra sitiada por prostitutas, delincuentes y locales nocturnos, que empañan la imagen de esta institución educativa. Aunque no se sabe con exactitud cuándo este histórico lugar se lleno de tanta inmoralidad, algunos afirman que se invadió de meretrices y centros de prostitución en los años 80.”Han pasado más de 20 años, y todo sigue igual", nos cuenta don Guillermo, mientras atiende su cabina de Internet.

El sol de las barras
Junto a muchos locales nocturnos a lo largo de la avenida La Colmeda “El laberinto” y “El Tabaris”, se encuentran a escasa distancia de la Universidad. Cada uno de ellos se llena de luces de neón azules y son promocionados por los conocidos "jaladores". Impresentables personajes que ofrecen a voces el show de "mujeres sensuales", de "charapitas golosas y ardientes", y todo al costo de un nuevo sol. "A un sol la barra, a un sol la barra", "Dos funciones por un sol, no te arrepentirás", vociferan.
“Las mujeres nos vemos más expuestas a estos individuos, muchas veces nos confunden con ellas”, cuenta una estudiante. Y al interior de estos locales, jóvenes mujeres posan con ajustadas prendas, ofrecen shows de desnudos en vivo al ritmo de una música sensual, para después dejarse tocar por los asistentes. Pero los movimientos corporales no solo se ofrecen dentro de esos inseguros locales impregnados con olor a orines y cerveza.
En la vía pública, el meretricio tiene sus esquinas. En el Centro Cultural de la Universidad Federico Villarreal, frente a la Iglesia de Santo Toribio, en el jirón Peñaloza e Inclan y en toda esa cuadra, un sinnúmero de prostitutas y travestís con diminutas y ceñidas prendas de vestir ofrecen sus servicios a angustiados clientes en ambientes pequeños y hacinados, en el interior de algún callejón de una de esas casas antiguas y abandonadas. “Sandy”, una meretriz de rostro excesivamente maquillado y con aliento a trago y terokal se promociona a 35 soles. En la otra acera un séquito de travestis de mala reputación piden 20 soles, pero a las 2 de la mañana su tarifa baja a 10 soles. Todo esto frente a la presencia de los serenos y la policía que poco o nada hacen para evitar lo ocurrido.
“Es una vergüenza que algo así exista cerca de una Universidad”, dice un profesor universitario. Prácticamente la venta de sexo ésta a la orden del día, multiplicándose en la noche y prolongándose hasta la madrugada. “Son una amenaza patente para nuestra Universidad, nada se puede hacer”, refuta el profesor ante la invasión de robustas morenas base cinco hasta jovenzuelas que merodean con desenfado y coquetería. “Y son los estudiantes que muchas veces concurren a esos locales”, expresa una comerciante alegando que en este lugar se concentra, además de la prostitución, la delincuencia y el peligro.
Hay que transitar con cuidado, para no ser victima de algún ávido delincuente, pues los más perjudicados son los estudiantes del horario nocturnos que muchas veces han sido despojados de sus celulares y otros objetos de valor como relojes y MP3. “Estamos expuestos a estos malandros, muchas veces nos sentimos vejados y impotentes”, dice resignada Maribel Paucar, alumna de la facultad de educación, quien todos los días abandona la Universidad a las diez de la noche. Y en las mañana, “quien no se ha topado con borrachitos y drogadictos tirados en las afueras de estos locales”, dice otro estudiante, producto de los rezagos de la noche.. Pues todo ello y mucho más forman el rostro nocturno de los alrededores de la Universidad Nacional Federico Villarreal uno de los lugares más peligrosos y concurridos del Centro Histórico de Lima: La Colmena.

Un lugar sin límite
Vecinos y estudiantes de la Universidad se sienten desamparados, a pesar de que muchas veces han organizado movilizaciones y protestas para erradicar esta inmundicia, se han visto truncados por la indiferencia de las autoridades, que solo prometen en resolver la denuncia para después quedar en el olvido. A pesar de que el Cercado de Lima es un lugar histórico, debiendo ser protegido, es una vecindad con realidades totalmente diferentes. Aquí están las sedes del poder político del país y el reino de mercaderes informales. Se encuentran edificios vacíos y callejones de barrios hacinados.
Pese a que hay un denodado esfuerzo por erradicar la prostitución de las afueras de dicha Universidad con la ayuda de escasos Serenos y Policías que custodian la zona y que muchas veces se han logrado cerrar estos locales, estas no han sido por mucho tiempo, pues vuelven a circular en el menor descuido de vigilancia como si nada hubiera pasado, y abren sus locales bajo la complicidad de jueces corruptos que mediante acciones de ampara les dan la potestad para seguir funcionando. ¿Nosotros cumplimos con nuestro trabajo, pero la ley nos desacredita”, afirma un Policía.
“La Universidad no puede hacer nada, es el Municipio quien tiene que resolver este problema”, expresa un administrativo de la Universidad, argumentando que han enviado un sinnúmero de cartas y notificaciones a la Municipalidad, pidiendo la presencia y resguardo permanente de parte de las fuerzas del orden. Pese a toda esta insistencia de parte de la Universidad y de buscar su buena imagen, las autoridades no han podido solucionar este problema, que para los expertos esto se debe al poco interés municipal sobre este problema y que su preocupación primordial ha sido la remodelación y construcción de espacios públicos como: los parques Chabuca Granda y La Muralla, entre otras, dejando de lado la demanda Universitaria.
“Se esta trabajando duro en ello, y en eso estamos, queremos al Cercado de Lima ordenada y tranquila”, responde un funcionario de la municipalidad. Pese a ello las quejas son unánimes, la atención municipal es mínima, es necesario recuperar este lugar y darle el valor histórico y buena imagen a la Universidad Nacional Federico Villarreal y la participación privada en la rehabilitación de predios históricos que colindan con ella.

REPORTAJE: EL GRITO DE LA REFORMA UNIVERSITARIA DE 1919



Casi noventa años han pasado: la Reforma Universitaria de 1919 llega a la edad madura. Su impacto recayó en varias generaciones de activistas, escritores, intelectuales, científicos, artistas y políticos, que han adherido a sus principios de democratización de la cultura y la enseñanza. ¿Se trata acaso de un movimiento político-cultural promovido por el movimiento estudiantil? ¿Cuándo tuvo su inicio y a que se opuso? ¿Bajo la base y de qué inspiración se generó? ¿Era un periodo que pedía a gritos el cambio? ¿Qué pasó en 1919?

POR ENRIQUE DE LA CRUZ

“El movimiento estudiantil peruano de 1919 recibió sus estímulos ideológicos de la victoriosa insurrección de los estudiantes de Córdoba y de la elocuente admonición del profesor Alfredo L. Palacios. Pero, en su origen, constituyó principalmente un amotinamiento de los estudiantes contra algunos catedráticos de calificada y ostensible incapacidad”, cita José C. Mariategui, en sus Siete ensayos.
Efectivamente, la reforma universitaria de 1919 no se dio aisladamente. Tuvo como su antecedente directo en la reforma universitaria de 1918 en Córdoba, Argentina, y su contexto social en las luchas obreras por mejores condiciones de trabajo. Sin embargo, existe otro antecedente que es pocas veces mencionado. Se trata de las reformas producidas en la Universidad del Cuzco, entre 1910 y 1923, bajo el fructífero rectorado del doctor Albert Giesecke y con la colaboración de la llamada “Escuela Cuzqueña” indigenista.

Los primeros pasos
A principios del año universitario de 1919 unos estudiantes (Jorge Guillermo Leguía, Manuel G. Abastos, Ricardo Vegas García, José León y Bueno, Eloy Espinoza Saldaña, Jorge Cantuarias y Jorge Basadre) agrupados alrededor de la figura descollante de Raúl Porras, llevaron a cabo el “Conversatorio Universitario”, o sea, la primera visión crítica de la historia peruana hecha en ese siglo y colectivamente organizada en San Marcos; la organización de los comités de reforma y del Comité General de la Reforma Universitaria, que lideraron el movimiento; y, finalmente, la transformación de la Federación de Estudiantes del Perú, bajo la dirección de Haya de la Torre, una vez terminado el movimiento de reforma, en un espacio político moderno.
Ese grupo sería después conocido como la Generación del Centenario. Puesto que esta generación ha sido descrita como aquella cuyas acciones e ideas le dieron forma al Perú del siglo pasado. “La chispa de la agitación es casi siempre un incidente secundario; pero la fuerza que la propaga y la dirige viene de ese estado de ánimo, de esa corriente de ideas que se designa -no sin riesgo de equívoco- con el nombre de "nuevo espíritu"”, cita Mariategui.

Grito de Reforma
El 28 de junio de 1919 los estudiantes reunidos en asamblea eligieron un Comité encargado de coordinar el movimiento de Reforma Universitaria. Los estudiantes buscaban reformular la enseñanza así como renovar la plana docente de la Universidad. A principios de agosto, bajo una huelga general, el Comité de Reforma presentó las demandas estudiantiles al rector José Pardo y Barreda. En él se leía: "Por vez primera los universitarios hablan al país en nombre de la cultura”.
El movimiento de la Reforma tenía lógicamente que atacar, ante todo, esta estratificación conservadora de las Universidades. La provisión arbitraria de las cátedras, el mantenimiento de profesores ineptos, la exclusión de la enseñanza de los intelectuales independientes y renovadores, se presentaban claramente como simple consecuencia de la doctrina oligárquica. Estos vicios no podían ser combatidos sino por medio de la intervención de los estudiantes en el gobierno de las universidades y el establecimiento de las cátedras y las asistencias libres, destinadas a asegurar la eliminación de los malos profesores a través de una concurrencia leal con hombres más aptos para ejercer su docencia.
Las demandas estudiantiles se fundamentaron, como cita Jorge Basadre, en el anhelo de mejoramiento y modernización de la enseñanza y propugnaron en la participación en el gobierno de las universidades, la docencia libre, el derecho de tacha, la supresión de la lista, la libertad de enseñar y la creación de seminarios y de becas para estudiantes pobres.
La reforma de 1919 fue, aparte de un estallido de clases medias en la población estudiantil, una demanda clamorosa por una enseñanza mejor, una protesta ostensible contra lo que entonces se califico como “esclerosos de la docencia”. Sus postulados principales afirmaron la necesidad de elevar el nivel de la docencia y de atraer a los jóvenes hacia la ciencia y la cultura.
Hasta ese entonces, la Universidad tenía una instrucción medieval y monástica, retrógrada e indiferente a la vida, sujeta a la enseñanza tradicional. Se regía por académicos ineptos en todos los sentidos. Era una universidad cerrada cuando las circunstancias ya estaban cambiando en el mundo y en nuestro propio país. Así, la manifestación estudiantil reunida el 4 de septiembre, bajo el grito de los principios que clamaban, terminó en la Plaza de Armas para entregar al presidente Leguía un memorial que solicitaba su intervención en el conflicto. Leguía había sido elegido “Maestro de la Juventud” en 1918 y había manifestado simpatías hacia la reforma al asistir el 1º de agosto a la ceremonia de inauguración de la nueva directiva de la Federación de Estudiantes.

Lo que se logró
La manifestación estudiantil se había hecho sentir en todos los estratos sociales y había despertado el interés en intelectuales, políticos y artistas. Asimismo debido a la relación existente entre la universidad y la producción cultural el movimiento de la Reforma Universitaria ha impactado de tal modo en las formas y contenidos del arte y la ciencia, que es posible, para muchos, considerarla como un movimiento cultural.
Los reclamos tuvieron aceptación. Grande fue la trascendencia del decreto del 20 de setiembre de 1919 firmado por el presidente Leguía y el ministro de educación Arturo Osores. Este decreto estableció cátedras libres en las facultades con aprobación del concejo universitario, ordeno que los delegados elegidos por los alumnos formaran parte del Concejo Universitario.
Un proyecto de ley presentado en la Asamblea Nacional el 9 de octubre resultó aprobado con ligeras modificaciones ese mismo día y se convirtió en la ley 4002. En ella se declaraba la vacancia de las cátedras con enseñanza deficiente, con la cual se dio validez a las tachas estudiantiles, pero con ciertas condiciones. Pues así pudo lograrse los principios fundamentales de la Reforma Universitario: autonomía universitaria, cogobierno, extensión universitaria, libertad de cátedra, cátedra paralela y cátedra libre, entre otros logros importantes.El movimiento reformista, entonces, tuvo importantes consecuencias en la legislación, formas de gobierno, concepción de la docencia, la didáctica, pero sobre todo en la definición de las relaciones de la universidad con la sociedad y con el Estado. Así, la Reforma Universitaria ha puesto de manifiesto la necesidad de precisar el rol de la universidad con el fin de que esta atienda las necesidades y problemas de la sociedad en que se encuentra inserta.